MIGUEL PANADÉS

La excelencia invadió el Clásico y en ese escenario reservado exclusivamente para aquellos que son superdotados irrumpió el actor principal, la estrella indiscutible, el genio capaz de ser cada año mejor, cada año más determinante. Juan Carlos Navarro tiene el don de los fueras de serie y ese don se basa en la calidad infinita y con ella, la autoconfianza en que todo lo que hace. Son muy pocos los jugadores que de pronto entran en éxtasis y se convierten en dueños del balón, del partido, del rival y también de sus compañeros. Es tal la seguridad que transmiten que todos los integrantes de su equipo, desde el entrenador a los jugadores de su equipo, respiran más tranquilos y en consecuencia rinden a mejor nivel.

No fue la primera exhibición de La Bomba y seguramente no será la última pero sí tuvo una relevancia especial al producirse en el Clásico, ante muchos telespectadores, en una tarde de domingo en la que el baloncesto se convertía en el principal argumento de entretenimiento de los aficionados al deporte. Y para el baloncesto, necesitado de seguidores ilusionados, una demostración de calidad ofrecida por “uno de los nuestros” significa la mejor de las promociones. El baloncesto es de los jugadores y son ellos, con su talento, los que llenan pabellones, los que aumentan las audiencias, los que convierten este maravilloso deporte en un espectáculo incomparable.

Fue un maravilloso mensaje para cerrar el año. Mensaje para entrenadores y para jóvenes talentos. Mensaje enfocado hacia el recuerdo permanente de que al final siempre, siempre, la calidad es la que acaba ganando. Todos los jugadores en la élite tienen el nivel físico exigible para competir pero sólo los que han nacido o han adquirido unas habilidades especiales destacan por encima de los demás. Muchos entrenadores tienen conocimientos para dirigir pero sólo los que saben potenciar las habilidades de sus jugadores especiales son los que consiguen que sus equipos rindan al mejor nivel y ofrezcan el mejor espectáculo.