Mucho se ha escrito sobre la autocanasta ordenada por Pedro Ferrándiz y ejecutada por Lorenzo Alocén que acabaría obligando a cambiar el reglamento. Pero cuando se cumplen 50 años de aquella jugada acudimos a los protagonistas para saber qué paso.
PEDRO FERRÁNDIZ
Era una jugada que tenía pensada porque la experiencia me había indicado que podía suceder. Lo que sí fue más casualidad es que la planteásemos en el hotel, justo antes de ese encuentro ante el Ignis de Varese, durante el visionado de un vídeo del rival que me había conseguido Kucharski (entrenador del Virtus), algo que, por otra parte, en esa época no se estilaba para nada, de ahí que se sorprendiera tanto Osterreicher, un delegado de la sección de fútbol del club que nos había acompañado a ese viaje. Lo de Alocén (a dos segundos del final, los italianos igualan el marcador en una jugada que se salda, también, con la quinta falta de uno de los americanos madridistas, Morrison. Entonces, en vista de que otro par de titulares estaban ya eliminados y, para evitar una prórroga que podía haber resultado fatal, el técnico ordena que Lorenzo, tras recibir el balón, anote en su propia canasta, echándose posteriormente las manos a la cabeza para simular un gran enfado por el supuesto error. Al principio, el público se mostró eufórico, pero uno de los jugadores rivales, el húngaro Toth, se dio cuenta rápidamente de que todo había sido premeditado. En la vuelta, los españoles vencieron por 23 puntos) ya lo sabréis, así que no me voy a extender mucho más. Eso sí, reconozco que pasamos una semana con un miedo espantoso, ya que no sabíamos cómo iba a reaccionar la FIBA: si sanción, si descalificación' Se nos pasó de todo por la cabeza, aunque al final se limitaron a cambiar el Reglamento'.
LORENZO ALOCEN
Fue en la temporada 1961-1962, en la eliminatoria de cuartos de final de la V Copa de Europa. Nos enfrentábamos los dos mejores equipos occidentales y campeones de nuestras Ligas respectivas, el Ignis de Varese, campeón de Italia, y el Real Madrid, campeón de España. El comendatore Borghi, amo y señor del equipo así como de la factoría Ignis, renunció a jugar en el Palacio de Deportes de Milán y el partido se celebró en Varese, un pueblecito cercano donde estaba ubicada la factoría de Ignis, que daba trabajo a la mayor parte de la población. El campo era una especie de caja de cerillas, muy pequeño. El público no tenía sitio para acomodarse en las gradas y llegaba a pisar las propias líneas del campo. El ambiente era ensordecedor, como en pocos sitios he podido sufrir. La pista tenía 24 por 13 metros y apiñaron 2.000 personas gritando sin desmayo su clásico “¡Forza, Varese!”.
En el hotel, antes del partido,
Pedro Ferrándiz, el entonces entrenador del Real Madrid, en la charla previa nos advirtió de la posibilidad de que al final del partido estuviéramos empatados. Si esto se llegaba a producir, alguien sin especificar en aquel momento el nombre, encestaría en propia cesta para evitar la prórroga, que en las condiciones descritas podía ser infernal y difícilmente nos daría la victoria en la eliminatoria.
La plantilla del Real Madrid estaba entonces formada por
Emiliano, Sevillano, Lluis, Hightower, Morrison, Lolo, Descartín, Durán, Llopis y yo mismo, y durante el encuentro se fueron confirmando nuestros temores de que el ambiente infernal presionaba a medida que avanzaba el mismo. Fuimos ganando el encuentro casi desde el principio y el Ignis, ayudado por sus ruidosos 'fans' consiguió remontar. A falta de dos segundos para que terminara el encuentro, nos empataron el partido cometiendo en esa misma jugada la quinta falta personal Morrison, por lo que abandonó el campo. La situación en nuestro equipo era caótica, ya que Hightower estaba seriamente lesionado –por el duro marcaje que le hizo Gavagnini–, Emiliano, Lluis y Lolo, cargadísimos de personales, y el ambiente, como he venido repitiendo, infernal. Se produce el relevo en la cancha y Pedro Ferrándiz me encomienda a mí –que fui el sustituto de Morrison– la misión de cumplir el 'encarguito' hablado en el hotel.
Los jugadores locales bajaron a defender dispuestos para la prórroga. Hightower estaba en el ataque con los italianos, Lolo Sáinz, en el centro del campo; Lluis sacando de fondo, y Emiliano estaba situado bajo nuestra propia canasta. Nadie del equipo rival se podía imaginar que estaba allí por si yo, con los nervios naturales de un partido de esa tensión y saliendo en ese momento del banquillo, fallaba mi autocanasta. Lluis me entrega el balón y, sin más, encesto limpiamente. Uno de los árbitros dudó en señalar una técnica, pero finalmente no se decidió a hacerlo, ya que el público se vuelve loco de alegría pensando que me había equivocado. Puedo decir que, incluso, fui vitoreado. Pero en el Ignis había un jugador húngaro llamado Toth, que fue quien se dio cuenta de la jugada y al correrse la voz del camelo, el público montó en cólera y se volvió más irascible, si cabe, de lo que había estado durante todo el encuentro.
A partir de aquel momento la FIBA modificó el Reglamento, sancionando al equipo que hiciera este tipo de acciones con 1.000 marcos de multa –eran otros tiempos– y la exclusión de participar en competiciones europeas.
Este histórico partido que obligó a cambiar el Reglamento del baloncesto se celebró el 18 de enero de 1962 y el resultado final fue Varese, 82; Real Madrid, 80. El partido de vuelta, jugado en el Frontón Fiesta Alegre, creo que lo ganamos por 23 puntos de diferencia y conseguimos jugar la final en Ginebra contra los rusos, pero esa es otra historia.
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