Rafa Monclova, 14 temporadas ininterrumpidas siendo uno de los bases referentes en las Ligas Adecco y ahora como entrenador de cantera en Cajasol, analiza en un extenso y profundo artículo las claves para la recuperación del base como director de juego. Monclova revisa el pasado, el presente y aporta sabios consejos a las nuevas generaciones.
Rafa Monclova
El tema del momento en nuestro baloncesto es la
preocupación existente por la recuperación de una de nuestras señas de identidad, el base como director de juego. Mi memoria baloncestística se remonta a los tiempos en los que la figura del director de juego pasaba por ser uno de los grandes avales para el desarrollo y crecimiento de nuestros equipos y selecciones; los
Corbalán, Solozábal, “Chichi” Creus y un largo etc. demostraban que este país era una gran factoría de “unos” puros y que el salto de calidad de España llegaría el día en que pudiéramos complementarlos con jugadores altos física y técnicamente bien dotados que nos hicieran más competitivos. A la vista de la evolución de nuestro baloncesto se actuó rápido y bien para solventar esta carencia y hoy en día nos vanagloriamos de ser una de las potencias mundiales en nuestro deporte.
Sin embargo, desde hace varios lustros España se está desviando de esta filosofía del base puro. Simultáneamente se está perdiendo de forma paulatina ese factor nacional diferencial en nuestras canchas.
Llegaron los años 90 y el fin de siglo fue escenario del boom de la llegada de los bases americanos. Los
André Turner, Elmer Bennet, Mike Anderson y demás aterrizaban en España trayendo en sus equipajes un baloncesto moderno, más vistoso y espectacular que enganchaba al aficionado, pero que supuso el primer obstáculo serio en la evolución de nuestro jugador franquicia. En el marco de unas ligas cada vez más disputadas, los clubes creían parecer más competitivos si contaban con un
playmaker americano o, posteriormente, comunitario. A consecuencia de esta moda la figura del producto nacional iba pasando a un segundo plano. Es innegable que se ficharon jugadores inolvidables que auparon a nuestras ligas a un nivel antes desconocido. Pero no es menos cierto que desembarcaron en España cantidades de jugadores que a la postre fracasaron por no tener el nivel requerido, amén de entorpecer la evolución de los nacionales que venían empujando y luchando por abrirse hueco.
El siglo XXI está siendo el del desarrollo del
aspecto físico como elemento vital en la formación y promoción de los jugadores. Con ello, en los clubes ha cuajado un concepto estereotipado del
base cercano a los dos metros de altura, bueno técnicamente y físicamente poderoso. Las consecuencias previsibles no han tardado en aparecer: masificación de jugadores con proyección estelar que en categorías inferiores han marcado diferencias… pero que al llegar al baloncesto profesional no han estado a la altura debido a su carencia de una cualidad imprescindible en un base: la lectura e interpretación del juego. Así que estos jugadores, en el mejor de los casos,
han acabado ocupando la posición de escolta.
Actualmente vivimos un momento de baloncesto eminentemente táctico y nos surge la necesidad de recuperar al tipo de base capaz de llevar a la práctica el plan de partido que se ha cocinado en los laboratorios de los equipos, conectando con la filosofía del entrenador. No existe forma de conseguirlo si no es detectando en la cuna a esos jugadores-pensadores con ciertas aptitudes psicológicas e intelectuales capaces de ser la prolongación del entrenador en la cancha, y proporcionándoles un adecuado trabajo físico y técnico. Según mi experiencia personal las funciones del base son:
CONOCIMIENTO DE LA FILOSOFÍA DEL ENTRENADOR
Una vez que el entrenador ha marcado su filosofía, debe transmitírsela al base y éste debe conocerla, interpretarla y plasmarla en el conjunto del equipo. Siempre debe ir en sintonía con las intenciones de juego del entrenador (si le gusta jugar con un ritmo controlado, organizado y con pocas pérdidas, o prefiere un ritmo alto, asumiendo pérdidas y tiros un poco más forzados).
CONOCIMIENTO DEL EQUIPO
Un base tiene la obligación de conocer el grupo de jugadores con quien comparte equipo para poder tomar decisiones de cómo jugar en cada momento. Se espera de él que posea la capacidad de decidir sobre aspectos fundamentales del juego que está desarrollando el equipo en un partido.
CONOCIMIENTO INDIVIDUALIZADO DE LOS JUGADORES
Una parte que considero esencial dentro de las funciones del base es el conocimiento individual de cada jugador, tanto a nivel deportivo (aspectos técnicos, tácticos y físicos) como personal y humano.
INTERPRETACIÓN Y EJECUCIÓN DE SISTEMAS
El base debe interpretar los sistemas de que dispone analizando la totalidad de factores que se dan en cada situación de juego. Al ordenar un sistema, debe hacerlo habiendo decidido qué jugador o jugadores van a tener la responsabilidad del tiro en función de varios aspectos como pueden ser el grado de acierto en el partido, devolver responsabilidad a un jugador importante que lleve varios ataques sin participar, orden directa del entrenador, meter en juego a un jugador para motivarlo, ventajas sobre la defensa, confianza en que el jugador es el más indicado en ése momento…
APTITUDES PARA EL JUEGO
El base debe reunir una serie de aptitudes específicas para el juego por su posición en la cancha. Es el jugador que más tiempo tiene el balón en sus manos, marca y dirige los sistemas y debe estar pendiente simultáneamente de las indicaciones del entrenador y de la evolución del partido que se está disputando (ritmo de partido, toma de decisiones en cancha, ser primera línea de presión, lectura del marcador de faltas, amenaza ofensiva, buen lanzador de tiros libres, ayuda en el rebote, conocimiento del rival, satisfacer deportivamente a compañeros…).
LIDERAZGO
Me voy a extender un poco más en este punto ya que es crucial en un base puro, que es lo que estamos tratando: la capacidad de liderazgo es una cualidad que
no se consigue por imposición del entrenador, sino que se logra ganándose el respeto y compañerismo del resto del equipo. Este respeto se obtiene con la suma de acciones dentro y fuera de la cancha. Por ello no es tarea fácil, ya que ejercer de líder deportivo dentro de un equipo profesional requiere constancia, seriedad y competencia porque el respeto es un factor muy voluble a resultados y rendimiento. Un equipo compacto es un equipo que acata las opiniones e indicaciones del base sin fisuras ni dudas. Con ello se gana en coordinación, equilibrio y organización. Por el contrario, si el equipo desconfía de la pertinencia de los sistemas indicados o las advertencias realizadas, el desgobierno y anarquía pasan factura en los resultados de juego. El liderazgo es el primer paso imprescindible para la motivación y disciplina del equipo.
El grado de motivación del equipo es determinante en el juego que éste desempeñe y es competencia del base conseguir el rendimiento máximo y transmitirle ansias de victoria y éxito. En definitiva, sacar lo mejor de cada compañero para optimizar su rendimiento en la cancha.
Continúa en la segunda parte del artículo