Que un entrenador pague con la destitución el mal rendimiento de su equipo es algo habitual en cualquier deporte. Lo que no es normal es lo que le ocurrió a Jim McGregor (Portland, Oregón, 30(XII/1921) en el Mundial de 1982 en Colombia, en el que dirigía a la selección anfitriona. En su último partido del torneo, el 27 de agosto, no pudo sentarse en el banquillo... porque lo habían metido en la cárcel.
JUAN ANTONIO CASANOVA
Consciente de su escaso nivel, la FIBA había metido con calzador a los colombianos en la fase final de la competición (ver 19/VIII), pero la afición local se había hecho demasiadas ilusiones y a cada partido, con cada derrota, crecía la decepción. Recuerdo muy bien que cuando llegábamos al Coliseo El Pueblo, en Cali, nos asaltaban los compañeros de las emisoras de radio colombianas y la primera pregunta solía ser algo así como "¿Qué opinión le merece el sinvergüenza de nuestro seleccionador?". El juicio ya estaba hecho. Y perdido. En vista del fracaso, la Federación Colombiana se negó a pagarle lo pactado, le acusaron de evadir impuestos y de no disponer de la documentación necesaria para trabajar en el país y acabó en la cárcel antes de la despedida de su equipo, tan fallida como las actuaciones anteriores: un 79-107 ante Canadá.
Según parece, porque el feo asunto nunca quedó del todo claro, McGregor disponía de un visado para permanecer un mes en Colombia, pero en realidad estuvo un año. Aunque no tuvo ningún problema hasta que reclamó 12.000 dólares que le debían, además de solidarizarse con los jugadores en un sus propias peticiones, desatendidas por la federación. Tras una corta detención, pudo volver a establecerse en Italia.
McGregor era un tipo peculiar. Entrenador (alguien le definió como "el profeta del pressing, del juego libre, del espectáculo"), agente de jugadores ("el gitano rojo", decían otros), ciertamente una combinación proclive a los tejemanejes, y desde luego un trotamundos a lo largo de cuarenta años de carrera, desde 1946 en el instituto de Benson, en su Portland natal, hasta 1985 en el Grifone de Perugia (Italia). Fue seleccionador de nueve países: Italia, con el que logró la medalla de plata en los Juegos Mediterráneos de 1955 en Barcelona; Grecia, Turquía, Austria, Suecia, Perú, Marruecos, República Centroafricana y Colombia. Tras el susto, ya no repitió en otra selección. Falleció el 1 de agosto del 2013.