La final del Europeo'95 entre Yugoslavia y Lituania, el 2 de julio en el OAKA de Atenas, fue uno de los partidos más brillantes de la historia del baloncesto, con dos grandísimos equipos repletos de estrellas y liderados aquella noche por unos excepcionales Djordjevic y Marciulionis.
JUAN ANTONIO CASANOVA
El primero dejó unos récords que siguen sin superarse y el segundo fue un héroe sin premio, porque ganaron los yugoslavos (96-90). Era ya su sexto título, pero tenía un significado especial: era el primero después de la división del país y la guerra. Sin embargo, el encuentro estuvo a punto de no acabar. Los lituanos querían retirarse, muy enfadados por la actuación de uno de los árbitros, el estadounidense Toliver.
El primer tiempo (48-49 para Lituania) ya fue un festival de triples: 5/8 lituano y 7/11 yugoslavo; de éstos, 5/7 de Djordjevic, que llevaba 20 puntos. Acabaría con 41, la mejor marca en una final de un Europeo, un punto por encima de los del griego Gallis en el 87, después de lucirse con 9 triples en 12 intentos. Más de los que había sumado en los ocho partidos anteriores. Pero aquel día estaba tocado por una varita mágica. Además, 2/3 tiros de dos y 10/12 tiros libres. Y jugó los 40 minutos, lo que tampoco se ha repetido en una final.
Enfrente, el líder era Marciulionis (32 puntos, con 8/9 de dos, 3/5 triples y 7/9 tiros libres, más 6 rebotes y 6 asistencias), con Sabonis un poco en segundo plano por una vez, aunque aportó 20 puntos y 8 rebotes. Estábamos disfrutando de lo lindo, aunque Toliver se empeñó en amargarnos la fiesta. Sobre todo a los lituanos. Dos técnicas simultáneas a Marciulionis y Sabonis encendieron la mecha, que prendió con más fuerza cuando al pívot le pitó la quinta falta, en ataque y con el balón lejos, después de que el marcador se volviera loco con parciales de 3-12 y 8-0. Y la tensión estalló definitivamente cuando, con 87-83 y 2m 21s en el crono, el americano anuló una canasta de Stombergas al pitarle falta en ataque y castigó con una segunda técnica a Sabonis por sus protestas desde el banquillo. Después de que Djordjevic transformara los dos tiros libres el equipo lituano se negó en bloque a volver a la pista. Sólo las buenas palabras de Divac y el propio Djordevic, que convenció a a Marciulionis (y una amenaza de la FIBA de 50.000 dólares de multa y una probable suspensión), acabaron normalizando la situación.