Cuando el país se desmembró, Yugoslavia llevaba dos decenios, los setenta y ochenta, en la cúspide del baloncesto universal.
Todo empezó, en cuanto a títulos se refiere, pero también en estallido de popularidad, en el Mundial de 1970 en Liubliana, el sexto de la historia y el primero que se celebraba fuera de Sudamérica, que los “plavi” (por el azul de su camiseta) ganaron en casa antes de haber sido campeones de Europa. Eso llegaría tres años después, en Barcelona, y también en las dos ediciones siguientes.
Como anfitrión, Yugoslavia montó el Mundial a su medida. Pasó directamente a la fase final, junto a los dos primeros de cada uno de los tres grupos de la previa, y jugó con los días de descanso a su conveniencia. En la fase final los siete equipos jugaban todos contra todos. El de Ranko Zeravica, al que tampoco le fue mal con los arbitrajes, ganó sucesivamente a Italia, Brasil, Checoslovaquia, Uruguay y EE.UU. y llegó ya campeón a la última jornada, el 24 de mayo, sin que importara para nada la clara derrota (72-87) ante la URSS, que fue tercera, porque los soviéticos habían perdido ya dos partidos, igual que los brasileños, plata a la postre al ganar el último día a EE.UU.
Los estadounidenses, que por entonces sólo habían ganado un título mundial y tuvieron que esperar hasta 1986 por el segundo, fueron la gran decepción, precisamente porque a Liubliana llevaron un equipo bastante mejor que los de ediciones precedentes. De aquel grupo –sin profesionales, naturalmente- quienes más destacaron después fueron Tal Brody en el Maccabi (ver 17/II) y Bill Walton en UCLA y en la NBA. Aunque este último, con sólo 17 años y antes de entrar en la universidad, sólo marcó 3 puntos en todo el Mundial. El máximo anotador fue el checo Zidek, con 123, seguido por el yugoslavo Cosic, con 102, y el brasileño Menon, con 96.
Con sólo 21 años, Cosic fue la gran estrella del equipo yugoslavo, uno de las pocos que jugaba con dos pívots: él y Skansi. “Un gancho casi perfecto. En cuanto se ha producido el lanzamiento ya está reboteando. Un tiro buenísimo en suspensión. Una madurez que a su edad es difícil de poseer”. Todo esto dijo de él Josep Lluís Cortés, que presenció al Mundial. Pero quien vivió el torneo con más emoción, aunque no participó mucho, fue el base Daneu, que jugaba en su Eslovenia, donde es un ídolo, y se retiraba de la selección con 32 años.