El Barcelona acudió a la “final four” del Campeonato de Europa de clubs de 1996, la última competición con ese nombre antes de dar paso a la Euroliga, dentro aún de la FIBA, decidido a no obsesionarse con su condición de teórico favorito para lograr un título que siempre se le había resistido, aunque había disputado más “final four” que nadie: cinco de nueve, contando ésa.
JUAN ANTONIO CASANOVA
Una vez en París, empezó bien, remontando en la semifinal al Real Madrid de Zeljko Obradovic, el campeón del año anterior, que ya no tenía a Sabonis: del 50-56 al definitivo 76-66, con 24 puntos de Karnisovas y 22 de Godfread por 22 de Arlauckas.
Su adversario en la final, el 11 de abril, era el Panathinaikos, que llegaba por primera vez a ella. Lo hizo a expensas del CSKA de Moscú (81-71). En el banquillo, Bosa Maljkovic, que cuando dirigía al Jugoplastika ya había sido dos veces el verdugo del Barça (ver 6/IV). Sus estrellas eran Yannakis, Alvertis, Economu, el estadounidense Dominique Wilkins y el croata Stojan Vrankovic. Y sería este último, un pívot con más centímetros (2,18 m.) que criterio, el jugador decisivo… sin necesidad de anotar un solo punto. Decisivo en general, por su intimidador presencia, que hizo lanzar a los azulgrana demasiados triples (6/23), y muy en particular por el tapón que le puso a Montero cuando quedaban 4 segundos y 9 décimas y el marcador señalaba ya el 67-66 (16 de Wilkins, 23 de Karnisovas) que haría campeón a su equipo. Pero fue un tapón antirreglamentario, porque el balón ya había tocado el tablero. Los árbitros, el israelí Virovnik y el francés Dorizon, miraron a otro lado. Fue el colofón a un final de partido lleno de irregularidades, entre ellas que el crono se quedó parado durante 6 segundos y hubo una falta sin sanción de Yannakis a Galilea con 1s 7/10 por jugar.
Naturalmente, se armó la marimorena. El Barcelona impugnó el resultado y pidió que se repitieran los últimos 6 segundos, con el balón en su poder, entendiendo que el Panathinaikos había agotado los 30 de posesión. Tras cinco horas de reuniones en el hotel Concorde Lafayette, Nar Zanolin, juez único de la competición, sentenció que no hubo violación de 30 segundos porque no había sonado la bocina y que no podía discutir las decisiones de los árbitros o de la mesa aunque la televisión pusiera en evidencia sus errores. Un mes después, eso sí, la FIBA envió una carta al Barcelona reconociéndolo como vencedor “moral”.