El II Campeonato del Mundo, que se celebró en Río de Janeiro del 23 de octubre al 5 de noviembre de 1954, fue un cúmulo de problemas desde antes de comenzar.
JUAN ANTONIO CASANOVA
De entrada, debía haberse disputado en Sao Paulo, pero el nuevo pabellón previsto no pudo acabarse y se trasladó al Maracanazinho, cuyo capacidad se redujo por razones de seguridad de 35.000 a 15.000 espectadores, anexo al estadio futbolístico en el que Brasil había vivido cuatro años antes la mayor decepción deportiva (y tal vez absoluta) de su historia. Además, el Gobierno del país había roto las relaciones diplomáticas con los del bloque soviético y no concedió los visados a la URSS. Hungría y Checoslovaquia se adhirieron y tampoco acudieron. De modo que el campeón, el subcampeón y el cuarto clasificado del Europeo del año anterior no disputaron el Mundial, entre cuyos doce participantes había nada menos que siete equipos americanos. Y no estaba entre ellos Argentina, vigente campeona, por las acusaciones de profesionalismo a sus jugadores. Tampoco quiso jugar Egipto, porque lo hacía Israel. Un desastre.
En el segundo día de competición, el 24 de octubre, surgió otro grave problema. Se enfrentaban Yugoslavia (que también pertenecía a la órbita comunista, pero menos) y Uruguay, en un duelo muy igualado (23-23 en el descanso) que acaba yendo a la prórroga (51-51) entre las protestas de los yugoslavos, que se consideran vencedores. Con razón, porque la mesa había dado por válida una canasta de los uruguayos que el árbitro había anulado por falta en ataque. Yugoslavia perdió el partido (55-52) y acabaría penúltima del torneo, con una sola victoria. El escándalo sirvió al menos para que la FIBA decidiera que, a partir de los JJ.OO. del año siguiente, sólo se sacara el balón de fondo si se había logrado una canasta y no, como hasta entonces, tras una falta.
El título fue para EE.UU., representado por el Peoria Caterpillars, campeón de la AAU tres años consecutivos. Ganaron todos los partidos, incluido el decisivo ante Brasil por 62-41, para nueva desilusión de una afición apasionada que había desbordado ampliamente la capacidad oficial del pabellón. En la selección anfitriona figuraba Wlamir Marques, de 17 años, que era el portero de fútbol del Flamengo.
El máximo anotador del torneo fue con 18,7 puntos el uruguayo Óscar Moglia, cuyo hijo del mismo nombre jugó en España (Granollers y Gijón) a principios de los años noventa.