JUAN ANTONIO CASANOVA

Wilt, ya treintañero, marcó aquel día 42 puntos (su compañero Hal Creer 36) y su infalibilidad en los lanzamientos de campo contrastó con un lamentable 6/14 desde la línea de tiros libres. Aunque tampoco es tan extraño, porque el porcentaje de acierto a lo largo de su carrera profesional fue superior en el primer apartado, un 54,0 %, que en el segundo, un 51,1 %. ¿Hasta donde habría elevado sus récords de anotación si no hubiera fallado, pese a intentarlo de muchas maneras distintas, casi la mitad de los tiros libres que lanzó a lo largo de esas catorce temporadas? Nada menos que 5.805. La obsesión de muchos entrenadores por enviarle a la línea de tiros libres con métodos nada deportivos obligó a la NBA a castigar con una técnica, y no sólo con los dos tiros libres, las faltas que se cometieran lejos del balón.

No consta que haya quedado ningún registro oficial al respecto, pero diversas fuentes apuntan que en aquellos días, en los cuatro partidos que jugó entre el 17 y el 28 de febrero de 1967, todos ellos ganados, en los que anotó 15, 22 y los citados 42 y 28 puntos, Wilt Chamberlain llegó a encadenar 35 canastas consecutivas sin cometer un solo fallo en el tiro. Sí hay constancia plena de que en otro partido logró 16 canastas sin error alguno, y en otro 15.

Los Sixers ganaron el título aquella temporada y Chamberlain fue elegido MVP, por tercera vez en su carrera, además de acabar como líder en rebotes, con 24,2 por encuentro. Pero no el máximo anotador. Sus 24,1 puntos por partido se quedaron muy lejos de los 35,6 de Rick Barry (ver 31/XII). Muchos años después, en 1990, los Sixers de aquel año fueron votados como el mejor equipo de la historia de la NBA hasta entonces. También el propio Chamberlain lo consideró siempre así.