Lorenzo Alocén (Zaragoza, 4/I/1937) fue un pívot de 1,94 m –sí, en los años sesenta y setenta los pívots españoles no llegaban a los dos metros de estatura- que jugó en la élite durante quince años, fue el máximo anotador de la Liga 64-65 y 69 veces internacional. Pero la jugada de su vida, la que le dio fama mundial y obligó incluso a cambiar el reglamento del baloncesto, fue una autocanasta. La autocanasta de Alocén. Una idea –genial, maquiavélica, antideportiva; llámenla como quieran- del inefable Pedro Ferrándiz (ver 26/IV).
JUAN ANTONIO CASANOVA
El 18 de enero de 1962 jugaba el Real Madrid en Varese, contra el Ignis, el partido de ida de octavos de final de la Copa de Europa. Los blancos habían ido siempre por delante (36-44 en el descanso), pero la reacción italiana fue mermando su ventaja hasta hacerla desaparecer por completo a falta de 2 segundos: empate a 80. Como no valía el empate pese a tratarse de una eliminatoria a ida y vuelta (luego sí se aceptaría en tales casos), la prórroga parecía inevitable. Una prórroga que, en un ambiente muy caldeado, pintaba mal para los madridistas, porque Hightower (el mejor del equipo, 27 puntos) se había lesionado y a Morrison y Sevillano les habían eliminado por cinco faltas.
Al reanudarse el juego después del tiempo muerto solicitado por Ferrándiz, Alocén, nada más entrar en la pista, recogió el balón de Lluís, lo metió en su propia canasta y puso el 82-80, que ya no se movió, entre los gestos del jugador, primero celebrando la jugada y enseguida lamentando ostensiblemente su supuesta equivocación, y las burlas del público italiano por el triunfo que con ella les había regalado. Pero no hubo tal equivocación. Todo había sido una treta. Pronto se supo que Ferrándiz había previsto ya tal eventualidad antes del partido: mejor perder por sólo 2 puntos que arriesgarse a una derrota más abultada en la prórroga. El partido de vuelta le dio la razón: el Madrid ganó por 83-62 y se clasificó para los cuartos de final. Luego llegó a la final, la primera para un equipo que no fuera del Este, que perdió por 90-83 ante el Dinamo de Tiflis en Ginebra.
A diferencia del entrenador alicantino, la FIBA no había previsto esa posibilidad. A partir de entonces castigó las autocanastas voluntarias con una multa de 1.000 dólares y la exclusión de la competición. Ya no hubo ninguna más, claro. La que hizo mundialmente famoso a Alocén lo cambió todo.