MIGUEL PANADÉS/ÁREA DE COMUNICACIÓN FEB

El baloncesto está de luto y el mundo de los entrenadores especialmente concienciado por el fallecimiento de uno de los grandes de los banquillos, por Dean Smith, el entrenador eterno de North Carolina, el entrenador de nada más y nada menos que Michael Jordan. Jugadores como Bob McAdoo, Brad Daugherty, Jerry Stackhouse, Rasheed Wallace, Vince Carter o Antawn Jamison… nombres propios que pasaron por sus manos durante treinta y seis años consecutivos (879 victorias) en los que más allá de los títulos – dos en su carrera como entrenador universitario – dejó huella por su calidad. Fue seleccionador norteamericano en los Juegos Olímpicos de Montreal en 1976 colgándose el oro.
Pero el mayor logro no está en las vitrinas sino en las palabras del más grande de todos los jugadores que jamás ha existido, Michael Jordan, quien no duda en definirlo como “su padre baloncestísitico”. "Además de mis padres, nadie ha tenido tanta influencia en mi vida como el entrenador Smith. Fue más que un entrenador para mí -fue mi mentor, mi maestro, mi segundo padre-. Siempre estuvo ahí cuando le necesitaba y por ello le amaba. Mientras me enseñaba a jugar al baloncesto, también lo hacía con mi vida. Mi corazón está con Linnea y sus hijos. Hemos perdido a un gran hombre que tuvo un gran impacto con sus jugadores, su cuerpo técnico y toda la familia de la Universidad de Carolina del Norte".

En las palabras de Jordan aparece la última gran lección de Dean Smith. Los entrenadores pueden pasar a la historia por el palmarés y también por la calidad deportiva y humana. Por la influencia decisiva en jugadores jóvenes a los que además de enseñar a estar en la pista deben ayudar a saber estar en la vida. No creo que haya mayor honor que ser reconocido por todo el baloncesto. Dean Smith fue y será uno de los de los referentes, uno de los grandes.