Por Rafael Alique (Marca) Dicen que de las derrotas es de donde más se aprende. Sin embargo, estos ‘chicos de oro’ nos han dado una lección imborrable. No tenemos a los mejores jugadores del mundo, pero tenemos al mejor equipo. El trabajo de un grupo de buenos profesionales siempre dará mejor resultado que la batalla individual. Da igual cuál sea el objetivo. En el deporte, en el trabajo, en la vida. Ya he oído a algunos hablar de la facilidad con la que se ha conseguido este título. Evidentemente, la ignorancia es atrevida. Es muy difícil conjugar los egos de este grupo plagado de talento y convertirlo en un bloque imbatido. La agónica victoria sobre Argentina fue un guiño de la suerte, que tenía una deuda con los nuestros, y que también es un ingrediente fundamental en la receta del éxito. Nos demostró que no somos imbatibles y añadió emoción sin límites a la gesta. El gran maestro se llama José Vicente Hernández, aunque todos le sigamos llamando Pepu, como cuando empezaba. Él nos ha hecho grandes. El destino quiso que el mejor día de su vida fuese también el más triste. Su actitud, ocultando su inmenso dolor para que no afectase al grupo, fue impresionante. Su rostro cuando sonaba el himno español, difícil de olvidar. Y Pau en el banquillo. El mejor jugador de la historia de nuestro baloncesto no pudo ayudar en la final por culpa de su inoportuna lesión. Aunque él todavía no lo sepa, su ausencia fue la mejor ayuda. España es mucho más que el equipo de Pau. Y ahora, el futuro, claro. El baloncesto español debe aprovechar este impulso para seguir creciendo. Pero dejemos eso para mañana.