A.VALDEMORO: "Me quedaría con el día que nos clasificamos para Atenas 2004"
4/10/2012 - 9:17 AM
Amaya Valdemoro, la mejor jugadora española de la historia, desgrana su brillante carrera para Quality Sport. En febrero volvió a jugar tras romperse las dos muñecas en el mes de octubre. Reciente subcampeona de Europa con el Rivas y aficionada del Madrid, reconoce que tiene el mismo carácter dentro y fuera de la pista: “Luego pido perdón, pero si me enfado que no te pille cerca”.
JAVIER BRIZUELA / QUALITY SPORT
Caer y volver a levantarse. Un proceso inherente al sendero vital de muchas personas. Amaya Valdemoro es una de ellas. Su exitosa carrera se ha edificado en torno a los títulos y los reconocimientos, pero también ha estado emparejada con el dolor y el sufrimiento. El último ejemplo de superación de la jugadora de Alcobendas permanece fresco en la memoria del aficionado. En octubre se rompió las dos muñecas en un partido de Euroliga con su club, el Rivas Ecópolis. Con 35 años y una trayectoria deportiva inmaculada, muchos se hubieran planteado la retirada. Amaya también, pero en su diccionario de referencia no existe la palabra renuncia, ni el vocablo rendición. Tras dos operaciones y unos meses de durísima rehabilitación volvió a las canchas a primeros de febrero, en un encuentro contra el Girona. El 1 de abril disputó la final de la Euroliga con el Rivas. Perdió ante Ros Casares, pero ensanchó su leyenda. Valdemoro ha vuelto a levantarse.
“El momento de la lesión lo recuerdo bien. Fue un dolor insoportable. Claro que vi peligrar mi carrera, como tantas otras veces estos años”, afirma la alero madrileña. “Hacía cinco o seis horas de rehabilitación todos los días. Durante estos meses se me han saltado las lágrimas en muchas ocasiones, pero se trata de llevar los bajones de la mejor manera posible”, declara con naturalidad. Una sencillez que nunca ha perdido a lo largo de un recorrido ejemplar, en lo profesional y lo humano.
Amaya Valdemoro nació en Alcobendas el 18 de agosto de 1976. El primer deporte al que se enganchó fue el atletismo, pero no tardó en descubrir sus habilidades con el balón y la canasta. Comenzó a jugar al baloncesto a los 13 años y enseguida percibió lo que un tiempo después resultaría evidente: “Desde el principio me di cuenta que podía ser buena. Con 15 años ya creía que me dedicaría profesionalmente a esto”. La fe en sus posibilidades transportó a Amaya hacia la elite a una velocidad vertiginosa.
En 1992, con solo 16 años, debutó en Primera División. El inicio de su idilio con la selección española tampoco se demoró. Fue internacional absoluta por primera vez en 1993. Han pasado casi veinte temporadas, más de 200 internacionalidades y una secuencia de logros históricos para el equipo nacional. En síntesis, Valdemoro, con su inseparable cinta rojigualda y el número 13 a la espalda, ha liderado a España a la consecución de cuatro medallas europeas (tres bronces y una plata) y una mundial (el increíble tercer puesto en el campeonato celebrado en 2010 en la República Checa). Cinco preseas que ejemplifican la portentosa evolución en nuestro país del baloncesto femenino, coronada por las participaciones en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 y Pekín 2008. Un progreso impensable sin la aportación de la sempiterna capitana, orgullosa de su condición: “He llevado la capitanía con normalidad. No ha supuesto una presión extra, sino un honor y un privilegio. Representar a España ha sido lo máximo para mí”.
Apoyada en su carácter indomable y su facilidad anotadora, Amaya ha sido una de las referentes del basket internacional en los últimos lustros. También un estandarte de las deportistas femeninas españolas, aunque ella prefiera esquivar este tipo de calificativos. “No me siento una abanderada de nada. Me siento feliz de que la gente me pregunte por ello, pero luego cada uno elige sus estandartes”, proclama con modestia, cualidad que no es fácil ejercer cuando puedes presentar un currículo como el de Amaya Valdemoro.
Títulos en tres países diferentes
A nivel de clubes, su palmarés es impresionante. Ha militado en equipos de cuatro países (España, Estados Unidos, Brasil y Rusia). En todos ellos ha coleccionado éxitos, entre los que sobresalen ocho Ligas Femeninas, nueve Copas de la Reina, una Euroliga, una SuperLiga rusa, tres anillos de la WNBA y tres Mundiales de clubes. Asimismo, ha obtenido las medallas de Bronce y Plata de la Real Orden del Mérito Deportivo. Poco más que añadir. Si acaso, preguntar si esperaba conseguir todo esto cuando comenzó en el baloncesto. La respuesta de la madrileña supone un derroche de sinceridad y una muestra de su genética ganadora: “Quizás no pensaba llegar tan alto, pero sí intuía que tendría una gran carrera. Suena chulo, pero es así (ríe)”.
Jugó en las Houston Comets de 1998 a 2000. En Rusia estuvo en el Samara (2005-2006 y 2006- 2007) y en el CSKA de Moscú (2007-2008). “Fue una experiencia profesional impresionante. Tuve la suerte de vivir en una cultura totalmente diferente, aunque el frío y el idioma eran dos barreras muy complicadas. En lo deportivo, es la liga más potente en la que he estado, porque allí competían las mejores americanas y las mejores europeas”, asevera convencida. También participó en el Campeonato Paulista con el Unimed Americana (subcampeona).
Tres vivencias en el extranjero que arrojan para Amaya una conclusión contundente: “Como en España, en ningún sitio. Ahora solo quiero oír hablar de otros países para ir de vacaciones”. Es en suelo patrio donde ha afianzado sus mejores amistades profesionales (Elisa Aguilar y Elsa Donaire) y donde conoció a su técnico favorito, Miki Vukovic. No obstante, su paso por la WNBA copa el anecdotario. Una de las historias que recuerda con más cariño tuvo un protagonista afamado: Charles Barkley. “Él jugaba en los Rockets y nos cruzamos en uno de mis primeros días en Houston, cuando salía del vestuario. Me quedé helada al verle. No pude decir nada en ese momento. Luego coincidimos bastantes veces y me cayó muy bien”, rememora con una sonrisa evocadora. Al que no conoció en Estados Unidos fue a Michael Jordan. Charlar con Air es una ilusión que todavía perdura, pese a la distancia.
Amaya Valdemoro se encuentra en el final de su carrera. Echa la vista atrás y le cuesta elegir un momento estelar entre tantos triunfos. Medita unos instantes y responde con el corazón: “Me quedaría con el día que nos clasificamos para Atenas 2004, los primeros Juegos Olímpicos en los que iba a participar el baloncesto femenino español”. También ha tenido jornadas malas en la pista, entre las que destaca la eliminación prematura en el pasado Europeo de Polonia, donde problemas físicos lastraron su rendimiento y el del resto de la selección.
Un resultado inesperado que ha privado a España de jugar este verano en Londres. Sin embargo, lo que más le marcó en su pasado fue el fallecimiento de su madre, cuando Amaya todavía era joven. Para ella han ido dedicadas todas sus conquistas estos años.
Más personal
La jugadora del Rivas Ecópolis se emplea con fuerza y coraje en la cancha. Un carácter indomable que a veces se traslada a otros ámbitos. “Tengo tanto genio fuera del pabellón como dentro de él. Si me enfado que no te pille cerca. Luego pido perdón, pero tengo un pronto complicado”, reconoce. Se define como una mujer creyente a medias, emotiva y muy sincera, que encuentra en su impaciencia un defecto a mejorar, una vez que ha acabado con sus manías. El baloncesto le ha dado todo, pero también le ha quitado cosas importantes. “Siempre ha interferido en mis relaciones personales”, asume. El deporte de alta competición, eso sí, también permite licencias: “Nosotros también tomamos alguna copa de vez en cuando. Quien diga lo contrario, miente”.
Valdemoro disfruta viendo baloncesto por televisión. Los sufrimientos los reserva para el fútbol. Es seguidora del Real Madrid: “Soy más hooligan en fútbol, quizás porque entiendo menos”. A continuación, desgrana el resto de sus aficiones: “Me encanta leer y ver series. Me gustó mucho Los Pilares de la Tierra. Soy muy friki de las series. He estado enganchada a The Wire, House, Anatomía de Grey, Dexter…”. Amaya podría continuar con la enumeración. No hay duda de que el tema le apasiona.
Uno se pregunta qué le impulsa a Amaya a seguir compitiendo cuando lo ha ganado todo, más aún después de su lesión en las muñecas. “El secreto para mantenerse en la elite muchos años es que hago algo que me gusta. Todavía tengo suficiente baloncesto para no verme rebasada por las chicas jóvenes”, comenta retadora.
Mujer de ideas claras y verbo directo, sabe lo que hará tras su retirada, pero de momento prefiere revelarlo solo a medias: “Un proyecto de una fundación. No puedo decir más”. Afirma que no ha pensado sobre el día de su adiós. Tampoco si continuará con la carrera de Magisterio de Educación Física que dejó por los requerimientos del profesionalismo. El futuro no le obsesiona. Una vida en el baloncesto da para bastantes enseñanzas. Para aprender a levantarse. Para convertirse en una de las mejores deportistas de la historia.