MIGUEL PANADÉS

Tiene 23 años, muy pocos en un baloncesto de largo recorrido, pero vividos intensamente desde la suma de experiencias de todo tipo, de satisfacción y también de dureza extrema, de lágrimas de desespero pero también de alegría, de decepción y recuperación, de miedos y retos, de lucha por superar dos graves lesiones en la búsqueda de un objetivo hoy alcanzado y claramente definido y que resume la sensibilidad de una jugadora especial: “disfrutar del baloncesto”.

La vida se expone a guiones imprevistos y la carrera deportiva de Irene San Román, formada desde niña en canteras de Madrid - Virgen de Atocha, Canoe, Estudiantes - destacando desde cadete y consiguiendo ser internacional U16, tiene mucho de lección anónima. “Quedamos terceras en los Campeonatos de España Cadetes con el Canoe y en el viaje de vuelta me llamaron para decirme que estaba convocada para la preselección U16. José Ignacio Hernández, el seleccionador, me dejó claro que iba como premio a mi buena temporada pero dejándome entrever que no estaría entre las doce…” Pero en esa concentración salió a relucir la mentalidad competitiva de Irene, su permanente lucha por convertir en reto cualquier teórica adversidad y su rendimiento durante esos entrenamientos y amistosos con la Selección la llevó a ser elegida entre las que vivieron su primer Europeo U16. “Ser internacional se convierte en una experiencia maravillosa. El vínculo que se crea entre todas las integrantes queda para siempre y sólo se puede entender si se vive desde dentro”, recuerda con cierta nostalgia de haber sentido la cara más agradable que puede vivir una joven jugadora en lo que define como el segundo mejor momento de su corta pero densa carrera deportiva. El mejor aún estaba por llegar.

La historia de Irene siguió, destacando entre las talentos de la generación del 92, de nuevo convocada esta vez para la U18 y… “la cara B del baloncesto”, según define. “Esta vez me cortaron antes del campeonato y lo viví con un gran disgusto. Tienes la sensación de haber estado peleando durante semanas para luego quedarte a las puertas de lo más bonito… No sientes que merezcas más que las demás pero tampoco ves justo quedarte fuera… Es una sensación extraña porque compites por un puesto con las que son tus amigas…”. Tristeza de privilegiadas porque no hay que olvidar que formar parte de las mejores, ni que sea de las preseleccionadas en una generación, es ya de por si un privilegio reservado tan sólo a unas pocas. Pero el disgusto mayor llegó en los siguientes años, dos temporadas casi en blanco por dos roturas de ligamentos cruzados… “Cuando me rompí por primera vez fue tan duro que pensé: “una y no más… si vuelve a pasarme lo dejo todo” pero cuando creía haber remontado y volvía a sentirme jugadora me volví a romper, esta vez la otra rodilla”. Pero de abandonar, nada. Un buen entrenador y con él buenos consejos. Un buen destino y una mentalidad adecuada le hizo volver a sufrir y pelear lo que sólo aquellos deportistas que han trabajado para recuperar las rodillas saben lo que significa. “Si tuviera que decirle algo a una jugadora que se rompe los cruzados es que, desde el día siguiente a la lesión, tenga en mente no rendirse y se proponga volver a ser la de antes. No es tanto una cuestión física, que también, sino sobre todo mental. Fue muy duro pero ahora vuelvo a disfrutar del baloncesto, a vivir un momento precioso, genial, a sentirme a gusto en una pista, entrenando al cien por cien, ayudando al equipo en los partidos”.

Que el baloncesto además de vivirlo y jugarlo, se siente, queda patente en cada frase de Irene. Uno disfruta escuchando un relato narrado desde el corazón, desde la ambición por encontrar, independientemente de la categoría en la que se juegue, la felicidad en una pista. “Tras la recuperación volví a jugar en la última jornada de la liga de Primera Nacional y disputamos la Fase de Ascenso sin conseguir subir pero en esos partidos me reencontré poco a poco con las sensaciones de antes”. Lo mejor de su vida en el baloncesto estaba por llegar y se produjo en las fases de ascenso de la pasada temporada cuando consiguieron el éxito soñado. “He llorado de alegría sólo dos veces en mi vida y una de ellas fue al conseguir ese ascenso a LF2 con Olímpico 64. Vivirlo junto a mis compañeras, en un grupo unido en el que todas nos esforzábamos por las demás… fue muy emocionante. Quizás una jugadora que haya pasado directamente de junior a Liga 2 o Liga Femenina pueda pensar que Primera División es un paso atrás pero para mí esa competición tiene un significado muy especial. Está claro que como deportista siempre quieres superarte pero para mí lo más importante y lo que más deseo en el futuro, lo que más he aprendido durante todos estos años, es a disfrutar con el baloncesto, en un buen ambiente de trabajo, en un equipo que esté unido, que se esfuerce y que cuando acabe los entrenamientos o los partidos esté más preocupado por el éxito colectivo que no por el rendimiento individual”. Y quien esto afirma es la MVP de la última jornada valorando 44 en… “algo más” de 20 minutos de juego. Y cuando le pido que recuerde sensaciones de ese partido especial, de ese partido en el que el talento que atesoran las jugadoras que han destacado entre las de su generación se vuelve a exponer de pronto, surge otra lección para todas aquellas jugadoras, especialmente las más jóvenes, que todavía dudan sobre si el baloncesto se ha de vivir en singular o en plural. “Me emocionó mucho más la victoria del equipo que mis números. Necesitábamos ganar después de una racha de derrotas muy duras. Ese MVP sin victoria del equipo no me hubiese ilusionado nada. La Liga Femenina 2 es una competición muy exigente, muy difícil y, en el primer año del equipo en esta liga, vamos a trabajar para conseguir nuestro objetivo esta temporada que es mantenernos”. La de Irene es una bonita, dura y bonita, historia individual explicada desde el convencimiento de que la felicidad en el baloncesto se encuentra siempre conjugando el verbo Compartir. Gracias.